Vivir sin Identidad - Primer Capítulo


La identidad es un concepto imaginario. Es ilusorio, cambiante y temporal. La identidad es algo irreal e innecesario. Tener una identidad nos hace sobrevalorar nuestra existencia. Una identidad fuerte convertirá a la persona en alguien presumida, engreída y testaruda. En caso de necesitar luchar para salvar su reputación las personas orgullosas se irritan tan fuertemente, que incluso logran un resultado opuesto al deseado. irritándose no se consigue más respeto, sino lo contrario. La identidad le hace a la persona identificarse con otras identidades, copiarse, pero también compararse. Las comparaciones pueden llevar a grandes frustraciones, y las frustraciones al suicidio. Por todo ello, una niña o un niño no deberían de poseer una identidad. Los niños no deberían de fijarse en sí mismos, sino que lo que deberían de hacer y necesitan realmente es observar hacia el exterior y explorar, pero jamás retraerse hacia dentro de sí mismos. Un niño no tiene que sentirse hombre aún en su niñez, tampoco una niña debe de identificarse como mujer todavía. En el caso de que digan que creen tener una identidad distinta al aspecto de su cuerpo biológico, simplemente no prestar demasiada atención, decirles que no es tan importante y que les resten interés a esos pensamientos. Que la identidad es algo pasajero como lo es todo lo ilusorio. Cuando se es niño uno mismo no se siente del mismo modo que después en la adolescencia. Tampoco el adolescente es la misma persona que será cuando llega a la edad adulta, y cuando envejezcamos no quedará casi nada de lo que fuimos alguna vez.

Parte de la identidad se arraiga desde muy temprana edad mientras aprendemos imitando. Aprendemos como los monos, copiando. Mono ve, mono hace. Adquirimos un acento copiándolo, escuchando el habla de la gente de nuestro alrededor. Aprendemos los idiomas en los primeros años de nuestra infancia, con la escucha, prestando atención, y todas nuestras formas de expresión de la imitación, como de una mímica interactiva. A través de las celebraciones, actividades festivas, culturales, y de otro tipo de actos que pueden ejercer un rol educativo, se nos arraigan sentimientos de orgullo por ejemplo nacionalistas, o de admiración hacia el dogma de la religión que nos inculquen. El espíritu del equipo de fútbol y sentimientos de ego por su escudo, sus colores y su camiseta. Sentimientos de grandeza por los colores de la bandera, de la patria querida y por la gente de toda su geografía. 

En todos estos casos donde la identidad alimenta el orgullo, cabe mencionar que la unión hace la fuerza, pero la fuerza halla al Hooligan que todos engendramos dentro. El orgullo es una debilidad, un punto débil que necesitaremos escudar ante cualquier intento de ofensa. El orgullo nos ciega, nos idiotiza convirtiéndonos en personas más testarudas, tercas, como de cabeza cuadrada. 

Por orgullo se enfrentan las personas, estallan conflictos entre países. Cuanto más orgullosa es la persona, más irritable se vuelve. Por todo ello es que no es casualidad, que en la era virtual donde los jóvenes actualmente más que nunca, se encuentran encerrados en sus habitaciones, frente a pantallas que les infoxican, pero más solos que generaciones pasadas. Es a su vez una era donde todos ellos se encuentran consigo mismo, y ese encuentro los lleva a buscarse una identidad. Adquieren un sentimiento de necesidad instintiva de ser alguien que nace desde la soledad, y convierten su identidad en un monotema primordial que les condiciona la vida extremadamente.


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